Mis amores prohibidos es el tema del nuevo capítulo de Ángel de Castro dentro de la serie para Gaceta de Castilla y León de Viaje a mi infancia pasando por la tuya.
Aunque, más que amores, eran los primeros latidos de la carne en su encuentro fugaz con el sexo, las chicas, ese mundo prohibido, intocable, pecaminoso… cuántos años, que parecen siglos, tardé en descargar mi conciencia educada en el miedo y los escrúpulos, para pasar al gozo de la carne en libertad sana y lironda y descubrir que mi carne soy yo, para nada mi enemiga, sino amiga y fiel compañera y que a quienes somos humanos por llevar en las venas sangre caliente necesitamos para vivir del roce de la piel, la ternura, el beso y el abrazo, aunque se mueran de envidia las estrellas y los dioses sin sexo y calentura;
fue aquella ropa interior de mi vecina de enfrente, colgada en el tendedero, yo tendría de tres a cuatro años, y me gustó adivinar su cuerpo desnudo (supongo que fue mi primera experiencia erótica); fue la caricia fugaz de los pechos de la sobrina del cura, tocándome la cara, en los comienzos de su juventud y mi niñez más plena, cuando yo empezaba las clases de preparación para el ingreso en el seminario y, al irme a dar un beso, que me dio, cerré bien los ojos porque, al ver sus intenciones, me debió de dar vergüenza y prefería no ver lo que se avecinaba, pero vi las estrellas, de gusto, vive Dios, y me gustó tanto aquello que las he seguido viendo cuantas veces he recordado el beso efímero y la caricia inocente de aquellos pechos; o las miradas furtivas a la salida del recreo para ver las piernas de las chicas o cuando se te encabritaba la sangre y las cosillas de entrepiernas por mirar a la que decían que podía ser tu novia y que se sonrojaba cuando te veía a solas o no te hacía caso y prefería jugar con otro y contigo ni siquiera quería bailar y te llevaban los demonios y te quedabas más triste que un don Juan abandonado y herido; o los primeros bailes, a la sombra de las parejas mayores. Gustaban más las que se arrimaban que las que bailaban como un palo tieso; y el recuerdo te arrastra, pendiente abajo, para vivir los inefables años, largos como una cuaresma infinita, en donde el tema de la castidad tenía que estar solventado y jamás acabó de solventarse, no por ello dejé de ser célibe hasta muy entrados los treinta, qué barbaridad, pienso yo, para mí, sin meterme con nadie que piense y actúe de otra forma y manera y empezar a conocer el disfrute del propio cuerpo y el deslumbrante y gozoso de la mujer, a quien descubres como amiga, compañera y aliada contigo para descubrir las mieles del sexo, la amistad y la pareja, como una de las cosas más sanas, alegres y placenteras de este “áspero mundo” que dijera el poeta.