¡No, yo no soy, yo no me considero un funcionario corrupto, porque un funcionario corrupto es un individuo que no tiene vergüenza, que carece de moral y que ha perdido el sentido ético…! ¡Yo no, yo todavía me sonrojo, cuando me sobornan…!
Aunque sorprenda, todas las infinitas cuestiones sobre las que discutimos pueden clasificarse en tres grandes conjuntos: hechos, nombre de los hechos y valoración que nos merecen tales hechos. Cada categoría con estrategias específicas para elaborar argumentos sólidos con los que construir la verdad en común.
El texto de Armando J. Sequera es un ejemplo del segundo grupo. ¿Qué es un funcionario corrupto? “Aquel que comete irregularidades o infringe la ley para obtener un beneficio particular”. El juego de las cuestiones nominales reside en la aceptación o rechazo de la def22inición tradicional y en la propuesta de una redefinición, o nuevo nombre, que se ajuste más acertadamente a los hechos. La palabra evoluciona al compás de los tiempos de quienes las pronuncian.
Pero recuerden que nombrar y definir no es un acto inocente. Los términos elegidos no solo designan los límites del concepto. También dan forma al pensamiento, a las actitudes y al contrato socio-cultural. Como ejemplo, piensen en las fértiles consecuencias de la redefinición de “matrimonio”.
El autor propone medir el delito por el sentimiento de vergüenza, y no por el hecho en sí. ¿Es posible aceptar el cambio? Esta redefinición es incompleta, traiciona el concepto y no aporta ventajas. Disientan, si no están de acuerdo. Es un buen ejercicio para este cálido agosto.