Asterión descubre, escrito en el libro que todo laberinto custodia, que para salir del laberinto basta negarlo, y que en el laberinto mismo está la negación. Entonces empieza a borrar. Borra la A, la B, la E, la I, la L, la R, la T. Quedan dos letras. Incrédulo, musita la palabra que han formado. El eco le devuelve un fragor de derrumbe.
Ya sin muros que lo resguarden, en torno a él ve la inmensa redondez de la pampa o, en otras versiones, la repetición igualmente sin salida del damero que dibujan los rascacielos.
Pronunciar un no rotundo, como ola embravecida contra la roca, o un no suave, como caricia de muselina blanca, pero decir no, cuando se decide. Sin miedo a contradecir la educación recibida; abandonando, un instante, el deseo de agradar; suspendiendo, momentáneamente, el anhelo de cobijo en el grupo. Decir sí a la proeza de eludir la voracidad de la masa que recrimina, uniforma y engulle. Claudicar es asumir el dolor de una vida propia, que no nos pertenece, rendida al albur de opiniones y órdenes ajenas. Lejos de los muros protectores, pero asfixiantes, granan opiniones propias, arquetipos diferentes y actitudes diversas que embellecen el mundo posible. Contra el temor a ser tocado por lo desconocido del que nos previene Elias Canetti, la valentía de sacar la cabeza del redil. Mirar, pensar hacer, decir… de modo autónomo.
Decir no en algunas ocasiones, es recuperar tiempo para lo que se ama. Es saludar a la libertad con nuevos objetivos, es escabullirse del estrés, es ser, por fin, coherente.
NO, para difuminar muros, miedos y limitaciones.