En un mundo en exceso gris, con demasiados ruidos, exagerada información y en ocasiones despistado hasta el delirio, no hay más remedio que potenciar la capacidad de asombro y la capacidad de concentración. No estamos a lo que estamos, a lo que deberíamos estar, porque cuando vamos a setas creemos que estamos cazando gamusinos, y así nos va, desorientados, perdidos y sin la suficiente musculatura para que las cosas vayan decentemente mejor, quiero decir, no tan atolondradas.
Es más importante que se graven algunas pocas y buenas imágenes escogidas en nuestra retina y nuestra memoria que cientos de fotografías sacadas en masa y ruido y con prisas para doblar la cosecha, tantas veces estéril e inútil. Pero es la moda que como un tsunami nos lleva en volandas.
Mis perras, en el paseo, tenían que olerlo todo, veo que los demás perros hacen lo mismo, y me ponía nervioso, ay, llevaba prisa no sé por qué y para qué. Una pena porque debería haber aprendido más de ellas. Verlo todo, olerlo todo y oírlo y tocarlo y saborearlo. “Cuando somos muy niños, escribió el escritor inglés, Chesterton, de tan fino humor, no necesitamos cuentos. La vida es de por sí bastante interesante. A un niño de siete años puede emocionarle que Perico, al abrir la puerta, se encuentre con un dragón; pero a un niño de tres años le emociona ya bastante que Perico abra la puerta”. Sólo eso, abrir la puerta, ya ves que sencillo, y lo hemos olvidado.
Hay sorpresa en la imagen del niño, tiene los ojos como platos porque tras la puerta está viendo muchos mundos desconocidos y hay mucha sorpresa en la anciana porque quizá hacía tiempo que su marido no la besaba así y está viendo los mismos cielos que en su juventud, cuando novios, y allí le están llevando los ojos abiertos, todo cuanto puede, y la boca llena de regusto.
Se me ocurren algunos pasos, que quizá puedan ayudarnos:
El primero, detenerse, no tanta prisa, porque llegamos a la cima y nos aburrimos enseguida de estar allí sin contemplar la inmensidad que vemos a nuestros pies.
En segundo lugar mirar detenidamente, más bien contemplar, que es un paso más, dando tiempo a que de los sentidos se llegue al circuito de las emociones y aniden en la memoria. Y todo ello pasando por una reflexión y elaboración personales de forma que se aporte algo nuevo y original,
En tercer lugar, si somos capaces, trascender el momento, no precisamente hacia la transcendencia, sino hacia la inmanencia, para lograr así una comunión -una común unión- con los otros, lo otro, como una gota de agua que somos en el inmenso océano.
Y por fin antes de abandonar el lugar o el momento hacer un esfuerzo para que lo seleccionado, aquello que más nos ha llamado la atención, se quede en la mochila de nuestro cerebro y que tanto si estamos solos como rodeados de una muchedumbre chillona sepamos concentrarnos para captar y quedarnos con lo que realmente interesa.
Porque aún hay posibilidades, todas, para el asombro, las sorpresas y la seducción en este mundo nuestro gris y a la vez fascinante.