“Su seriedad asnal se extendía como masa de estiércol hacia nuestras narices, tan solo en el último instante, cuando ya estábamos a punto de perecer en su dogmatismo pútrido, la poderosa carcajada de Alcibíades desde la tercera fila demudó el rostro del gran maestro de ceremonias, frenando en seco su verborrea. Solo entonces, el resto de la audiencia estalló en …
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