Hay que ser valiente para demostrar el amor. Levantarse cada día y a pesar de los pesares, lo primero, quitarse los miedos, mirarse en el espejo, y sonreír a la persona que está delante y decirle: te quiero.
Hay que ser osado para sin decir a alguien que la estimas, demostrarlo con cada paso que das, con la mirada, con el tacto, con los besos, pero sobre todo, con lo esencial: con el respeto a quién es, y con ello, a la libertad de mostrarse como desee, agradeciendo la oportunidad que te da de compartir con el/ella la vida.
Hay que ser brava para darlo todo por el ser amado.
Hay que ser heroica y fuerte para seguir al corazón y sin afán de demostrar nada, seguirlo porque “te llama renunciando a todo”, sabiéndose amada. Como Mónica y Rosario, dos hermanas que han dejado sus hábitos por seguir a Cristo como les llamaba: manteniendo abierto en Sagrario de Alconada.
¿Existe algo más valeroso que enfrentarse a la propia Iglesia por su propio amor y a la llama de su corazón? La respuesta está en sus miradas.
Escuchar estos días las palabras del Defensor del Pueblo, hacen que la Fe que la sociedad actual pueda tener en la Institución Católica como tal sea nula. Entonces, ¿cómo van a creer en la figura mística que la sostiene? ¿Cómo puede una supuesta novela en la que un hombre muere y resucita por toda la Humanidad permitir que los que son sus discípulos se comporten como bestias? No tengo la respuesta.
Creo en el amor, en el perdón, en la empatía y en la mirada limpia, pura y ejemplar de Mónica y Rosario. Ambas, sin quererlo, buscarlo, ni desearlo (al contrario, enfrentándose a sus propias decisiones previas) lucharon por amar como son amadas.
En la vida sentir esa mirada es lo más maravilloso que puede existir. Aún tengo en mi retina a mi hermana con mi sobrino en brazos, recién nacido dando el pecho, y esa forma en la que se comunicaban sin decir nada. Y aún hoy en día, cuando sólo con verlos es cómo si se repitiera esa estampa.
Si el cielo existe, tiene que ser como esa madre que nos acoge y nos mira como si nunca hubiésemos roto un plato, y nos recibe como niñas y niños que buscan el amor, que en muchas ocasiones, como en manos de desaprensivos sacerdotes, de guerras indecentes, de hambrunas, mafias y políticos que no merece la pena ni nombrar, han visto cómo se les ha negado.
Cuando pienso en el amor, lo hago con los ojos de las personas que se quieren a mi alrededor y trato, cada mañana, de asomarme al espejo tratando de captar ese instante en el que consigo querer a la persona que tengo delante.
