LAS SEGUNDAS FRASES NOS PERTENECEN

Ángel de Castro

Lo hago alguna vez, aunque debería hacerlo muchas más, cuando leo algo que me sorprende, que me parece muy bueno, me detengo y comienzo a navegar por mi cuenta hacia donde me lleven los buenos vientos. Habría que hacerlo mucho más a menudo en tertulias, en debates y en cualquiera de los diálogos que más a mano tengamos. En lugar de enfrentarse como si se tratara de una reyerta, una competición al uso, sería mucho más productivo, enriquecedor y eficaz, que nos engancháramos a la opinión del otro para darle la vuelta al final, si es preciso, porque no hay por donde agarrarlo, y tratar de añadir, en cualquier  caso, otros puntos de vista, los nuestros, un sí, pero con matices, “estoy de acuerdo contigo, pero yo añadiría…”, y en esos añadidos no dejarse ni una coma, ni un solo suspiro…

Esta mañana de domingo, leyendo la prensa me encuentro con el comienzo de un artículo de Manuel Rivas, que casi siempre me sorprende en positivo, me sugiere nuevas y felices  ideas  y me invita a navegar a mi aire y por mis caminos predilectos. Así comenzaba Rivas: “Una permanente tarea humana es luchar contra la propia estupidez. Por eso es tan importante mantener muy activo ese sensor de la conciencia que es la vergüenza”. Ya, es suficiente. Había que seguir con urgencia ante el ambiente enrarecido, tanto del reciente pasado como del presente que nos está abrasando.

Estúpido es atender más de la cuenta a los pequeños y leves dolores, achaques y alifafes que a las grandes tragedias que sufren a diario millones de seres humanos a la misma puerta de casa y en la lejanía, que siempre es cercanía en esta aldea global y chiquita.

Y estúpido es mirarse con demasiada frecuencia el propio ombligo y nuestros grandes -aceptemos lo de grandes- milagros, o más bien pequeñísimos o insignificantes logros, sin reconocer y admirar los de los demás, algunos muy pequeños, otros, muy dignos y hasta grandes obras de arte o ingenio y de enorme profesionalidad. Como para rendirse y aplaudir.

Y estúpido es no pedir perdón nunca, tanto si vas en un coche de gran cilindrada o en un simple utilitario, si has cometido algún error  de bulto;  ni disculparse, ni enmendar la plana, en general, porque de nada sirve darse muchos golpes de pecho y cacareo incluido -viva la hipocresía y la desvergüenza- y no mover un solo palo y cambiar de dirección.

Si la inmensa mayoría piensa radicalmente diferente a nosotros y tiene otras sensibilidades, ¿no tendríamos que mirárnoslo con detenimiento y obrar en consecuencia?

¿Cómo  no morir de vergüenza ante tanto dolor del mundo y más bien estar pesando y midiendo constantemente el nivel de nuestro patrimonio? Es bueno y sano denunciar y estar rabiosamente contra la avaricia actual, que se nos mete por las rendijas, de quienes más tienen porque nos pone en camino de no ir por ese lado al tiempo que se potencia una sensibilidad más cercana a la austeridad, o elemental humanismo, y la huída por donde han marchado siempre los ricos Epulones.

Después seguí con mi admirado Manuel Rivas y lo encontré, una vez, más sembrado. 

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